La figura heróica de Ulises: lo divino y lo mortal
- Valerie Cortés
- 16 sept 2015
- 8 Min. de lectura
El deseo por lo material siempre ha identificado las intenciones del hombre. La envidia, la lujuria, la gula, la codicia y demás aberraciones humanas han sido juzgadas como intolerables ya que en ellas está intrínseco el deseo inherente del hombre por lo material, esto entendido como aquello que no se tiene en cantidades suficientes. Este anhelo por lo que se carece parece ser una sensación de llenar un envase que no tiene fin, que parece ilimitado, porque así son las necesidades humanas, ilimitadas, infinitas.
El deseo de un hombre puede ser impredecible, incluso más el de una deidad o un dios. En La Odisea, el catálogo de deidades es casi infinita, el árbol genealógico de Zeus pone a prueba cualquier cálculo matemático o razonamiento lógico. Cada uno de sus hijos o descendientes se caracteriza por distintas cualidades, la guerra, la sabiduría, la templanza. Sin embargo, Zeus como cualquier ser terrenal se dejó incitar por la lujuria, engendrando de esta forma a hijos semidioses, provenientes de alguna mujer hermosa ajena al Olimpo. Zeus, el dios de los dioses griegos, también se caracteriza por sus infinitas ansias por lo material, por lo que carece, por lo que no es suficiente.
En varias ocasiones, el deseo —tanto de hombres como de deidades— por lo escaso involucra no solo objetos sino también a una persona. Y es aquí donde se desarrolla lo que planeo identificar como el eje central de este trabajo, la disputa por Ulises por parte tanto de los hombres como de los dioses. Esta disputa no necesariamente indica un sentimiento de apego o desapego, en el caso de Poseidón puede ser entendido como el deseo por venganza, por ejemplo en el momento en el que Ulises logra salir de Ogigia, “…(Poseidón) espesó los celajes y, asiendo el tridente, removió el océano, soltó huracanados los vientos en su gran multitud y a la vista robo con las nubes, una vez más la tierra y el mar” (V, 295).
Ulises es sin duda un hombre virtuoso, aquel que no tiene comparación con otro ser terrenal, ya sea por su prudencia, su ingenio y valentía o por sus hazañas, sus experiencias y aventuras. El personaje principal de Homero se ve involucrado en toda clase de episodios que ponen a prueba su amor, sus ansias de llegar al hogar y de reencontrarse con su familia y su tierra. La noción de hogar que identifica a Ulises en toda la obra, esta noción que agrupa el amor por su esposa Penélope, su hijo Telémaco y su tierra Ítaca, se ve retada en todas las peripecias del héroe. Desde su partida de la isla donde habita Calipso hasta su paso por las temerarias sirenas.
Aquí conviene detenerse un momento a fin de resaltar la disputa entre dioses —sean estos Atenea, Calipso, Circe incluso el mismo Zeus y Poseidón— y hombres —Telémaco, Nausicaa, Antínoo— por el regreso del virtuoso Ulises, puede ser interpretada desde el escenario del amor. El amor entendido no únicamente como el romance presente en la obra, sino también como el cariño y la protección, incluso como el amor que Ulises trunca con su regreso o aquel que despierta desde su partida. Este punto se puede destacar observando en un principio y detenidamente el episodio de Ulises con Calipso (Canto V), su estadía con esta hermosa diosa por más de siete años. Resulta interesante analizar a Ulises como objeto de deseo por parte de una deidad que lo tiene todo, menos a un hombre, aquel que se rehusa a abandonar su anhelo por el hogar. La melancolía de Ulises por su regreso se retrata bastante bien cuando el mismo héroe afirma “Sufridora es el alma que llevo en mi entraña, mil penas y esfuerzos dejé ya arrastrados en la guerra y el mar” (V, 220). Calipso no logra comprender completamente porque su inmortalidad no valdría para que Ulises se quedara, la respuesta estaba en una noción bastante ajena a las deidades, su amor por el hogar.
El amor, la nostalgia que frenaba y que movía a Ulises era incompresible para Calipso, ya que no era una cuestión de honor del héroe, ni tampoco una noción palpable o identificable. El sentimiento de Ulises y su anhelo por su hogar no llegaba a conmover a Calipso, sin embargo, en contra de su voluntad deja ir al héroe para que emprenda su retorno hacia Ítaca. Este episodio es representativo ya que ejemplifica la intervención de Atenea, de Zeus para liberar a Ulises de su encierro, pero al mismo tiempo involucra a Hermes y a Calipso, es el momento identificable en el que Ulises no logra decidir por si solo, ni su ingenio ni su valentía logra que el escape, únicamente la disputa que enfrenta la voluntad de Atenea y la de Calipso, una disputa esta vez no entre dioses y hombres, sino entre diosa y diosa por un hombre, define el amor que se debate en cierta parte de la obra. El amor de Atenea por Ulises, es la comprensión, la empatía de su situación, de su regreso al hogar con su familia, el amor de Atenea incluso puede ser entendido en términos de piedad y compasión. Por eso su intervención por Ulises es continua, en toda la obra intenta darle salidas y herramientas para lograr su principal objetivo. Por el contrario, Calipso es una ninfa cuyo amor por Ulises se basa en el deseo pasional por un mortal tan virtuoso y justo como Ulises, este amor incluso no trae consigo la clemencia, sino por el contrario el egoísmo, la misma ansía por conservar pase lo que pase lo que no le pertenece.
Esta dualidad del amor de dos diosas quisiera contrastarla con el fallido pero memorable intento de Nausicaa por contraer a Ulises como su esposo. El amor que despertaba el héroe, la pasión que él reflejaba fue un arma que le permitió ser el centro de los caprichos de mortales y deidades, así como se puede identificar cuando Ulises es descubierto por Nausicaa y sus sirvientes “Más Atenea, por Zeus, le hizo parecer más robusto y más alto, los densos cabellos le brillaban pendientes de nuevo, cual flor de jacinto.” (VI, 230). Sin embargo, que Ulises representara el deseo de aquellas mortales e inmortales a la final le resultaba beneficioso, ya que aunque sus decisiones se inclinaban al regreso a su hogar, estas mujeres que representan episodios significativos en la historia, buscaban siempre el beneficio de Ulises y la conservación de su virtud. Calipso le regalaba tras su marcha un hacha de bronce, manjares y velos para que su partida no fuera agobiante, de la misma forma Atenea le regalaba buenos vientos para sus viajes, Nausicaa logró llenar a Ulises de agasajos, banquetes, tal como se lo recordaba al momento de su partida “Ve, extranjero, con bien: cuando estés en los campos paternos no te olvides de mí, pues primero que a nadie me debes tu rescate” (VIII, 460).
Dentro de este marco de disputas entre lo divino y lo mortal, el héroe en el centro con su virtud e ingenio, ha de considerarse el escenario familiar. Bajo este ámbito al que intentaré también adentrar el análisis, se desarrolla la figura imprescindible de Ulises como esposo, hijo y padre. Con respecto a su figura como esposo, el papel de Penélope y su infinito amor por Ulises tras su larga espera, es lo que mayor conmueve el escenario familiar. Ella es la esposa del rey de Ítaca que lleva décadas fuera de su hogar tras la guerra de Troya, así como lo afirma Olmos, (2013) “Pasaron veranos y otoños enteros y aunque había quienes aseguraban que jamás volvería, Penélope esperó a Ulises, pues su amor era sólido y transparente lo mismo que un diamante”. El deseo de Penélope de conservar su hogar se ahogaba cada día que Ulises no regresaba, pues su posición de reina “viuda” le obligaba contraer matrimonio.
Desde luego, Penélope, pacientemente postergaba aquel suceso, pero la disputa continuaba. Sus pretendientes en especial Antínoo deseaban que Ulises no regresara y si lo hacía tenían un plan para darle muerte lo más pronto, y así ellos tendrían la posibilidad de contraer matrimonio con la esposa de Ulises. Los pretendientes de Penélope no se asemejaban en virtud al héroe ausente, es por esto que el papel de este grupo de hombres puede ser interpretado como el deseo de estar en el trono y asemejarse a un gran hombre, adorado por los dioses, ambos anhelos imposibles para tan banales hombres. En las intenciones de los pretendientes se refleja la ambición y la codicia humana de manera permanente, en los tiempos de ausencia de Telémaco y Ulises, el hogar del héroe divino se asemeja a una arena de pelea en la que la presencia de estos hombres atenta contra lo que se considera hogar, atenta contra la figura de la familia de Ulises.
Ulises tras ganar en la batalla final, cuando en un principio era solo un extranjero vagabundo, recupera la figura que lo consolida como rey de Ítaca y como esposo y padre de Telémaco. Sin embargo, es bastante interesante cuando en el canto XXIII a Penélope le llega la buena noticia de que Ulises regresó y venció a su oponente, sin embargo ella lo considera imposible y no reconoce la presencia de su esposo. El mismo Telémaco estaba agradecido de que su padre regresara “Eres el mejor consejo de todos los hombres y nadie del linaje mortal en prudencia compite contigo. Nos tendrás a tu lado animosos y puedo afirmarte que el valor no nos ha de faltar mientras duren las fuerzas” (XXIII ,125).
Es precisamente en este canto donde considero que el núcleo familiar se ve reconstruido, está lleno de sensaciones que ponen en juego toda una trama sentimental de lo que se considera la historia de Penélope, Telémaco y Ulises. Aquí la disputa se traslada y no figura como el principal componente, aquí el deseo se convierte en una resolución de carácter humano, el deseo de un hogar, el deseo de volver a donde todo inicio llega a su desenlace. Y es finalmente reconfortante ser testigo de que la llegada de Ulises no culminó en toda una demostración exuberante de honores, tal como uno se esperaba, sino por el contrario este momento culminante continuó con la lógica de toda la obra, el destino de Ulises cada vez más truncado por los caprichos humanos y divinos. La llegada a la tierra de Ítaca, el regreso de Ulises a su hogar no dejó de ser lo que caracteriza los episodios de la Odisea, una cantidad de aventuras y hazañas que cada vez enriquecen más el suspenso y la incertidumbre.
Al continuar con la obra al contrario de lo que promete toda historia con un héroe tan sensato e ingeniosos como Ulises, su consumación no permite ser juzgada como simplemente el final. Sino lo que más resalta en este contraste es que desde el principio la intervención divina de Atenea en contra de los hombres enfurecidos de venganza, deja al expuesto la disputa entre los mortales y las deidades por un héroe que sin precedentes. Es precisamente la figura del héroe lo que desata esta controversia, ya que es el hombre el que siempre desea ser mejor en comparación con otros, son los mortales los que desean ser excepcionales, adueñarse de lo ajeno y mejorar su condición. Características no reprochables, ya que los mismos dioses se sienten de la misma forma, son seres que intervinieron en forma humana o divina en todos los argumentos de la historia, una sensación casi ficticia pero que me generó como lectora novata la placidez de acudir a lo etéreo y divino para salvar a aquel héroe, después de todo, desafortunado.
Ulises termina siendo una figura de héroe interpretada de dos formas, por los dioses y por los mortales. Cada una de estas interpretaciones pueden considerarse en dos escenarios — el amor y la familia— pero no son los únicos, también su figura puede resaltar indiscutiblemente en el ámbito de la guerra, la hospitalidad, las costumbres y herencias de su legado a su descendiente y a sus compañeros. Las facetas heroicas de Ulises no pueden ser inscritas o enumeradas de una determinada forma ya que el criterio que se necesite para ubicarlo en estos escenarios va a necesitar distintas acepciones acerca de lo que se considera o no un conflicto entre lo divino y lo humano.
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