De los tantos tormentos de Hamlet
- Valerie Cortés
- 4 nov 2015
- 7 Min. de lectura
El dolor por la pérdida es una experiencia que va más allá de lo que se entiende por sufrimiento, es un vacío constante entre lo que estaba hace poco y lo que jamás regresará. La desesperanza, por otro lado, involucra otro tipo de reacción frente a la pérdida, se acepta con derrotismo y el dolor no es más que un fantasma. Hamlet es un personaje que sufre todo tipo de dolor y desesperanza, en su ánimo no solo se evidencia venganza, por el contrario, él es un hombre cuyos tormentos emocionales nublaron toda posibilidad de enfrentar la realidad. La locura de Hamlet no era más que su naturaleza humana: la fuerza de los sentimientos, la privación del autoestima, la decepción y sin duda, la desorientación que provoca el futuro.
Intentar esbozar un recorrido a la trama en Hamlet es tan apurado como sintetizar el conflicto principal de la obra de Shakespeare. Se puede afirmar que Hamlet, como obra en su totalidad, es la manifestación de la venganza desde distintas coordenadas. Sin embargo, sería posible negar semejante simplificación si se entiende la complejidad dentro de lo que mueve al personaje principal, Hamlet. El actual propósito y pretensión, no sería más sino preguntarse y presumir encontrar una respuesta a qué precipitan las acciones de Hamlet, dentro de lo que se entiende como sus tormentos emocionales.
En un principio la trama comienza con la aparición del espectro del Rey Hamlet, muerto a manos de su hermano Claudio. Hamlet príncipe, consternado aún por la inusual muerte de su padre representa la figura atípica al olvido y al perdón, en comparación con la corte de Dinamarca, él es el único que se opone a la idea de “sopesar el deleite y el luto”. Hamlet a pesar de su ingenio y reservada presencia, está imposibilitado de sentir el dolor por la pérdida de su padre. En este sentido, expresar el dolor para Hamlet no sería protagonizar una escena de sufrimiento en el matrimonio de su tío Claudio y su madre Gertrudis, él es un noble y no se espera menos del príncipe, expresar el dolor por la muerte de su padre sería entonces identificar su sentimiento con otros.
Esta intención de ver un reflejo de su agonía, de identificar a los demás pasar por la misma angustia que él siente por la muerte de su padre, no logra consolidarse porque el poder no da espacio para la aflicción. El poder está representado en la figura del nuevo rey, quien no permitirá recordar tiempos pasados, tal como le afirma Claudio a Hamlet “Perseverar en obstinada condolencia es un comportamiento de terquedad impía. Es un dolor nada viril. (2015,25)”. La represión de los verdaderos sentimientos de Hamlet, la confusión de estos como señales de terquedad, no hacen más que frustrar la expresión del dolor por la pérdida de su padre. Hamlet lo expresa él mismo “Yo llevo dentro lo que va más allá de cualquier apariencia” (2015, 25). Este sería entonces, el primer tormento de Hamlet.
Las expectativas puestas en Hamlet, el heredero, el hijo de la reina quedan suspendidas en la trama porque desde el principio el potencial de Hamlet no se encuentra en el trono. Es precisamente este conflicto entre lo que reprime la expresión natural de pena de Hamlet y la imposición de su deber como príncipe lo que agudiza desde el comienzo el semblante de Hamlet. La figura de Hamlet resulta fascinante de interpretar porque en él se refleja lo inevitable del ser humano. A esto no me refiero únicamente a la típica figura egoísta que se le puede atribuir a Hamlet, incluso idealizarlo como héroe no resultaría útil, sino por el contrario entender a Hamlet en su complejidad como hombre lleno de emociones, conflictos internos que no solo impiden su honestidad sino que le permite confundir a los otros, apartarse de la culpabilidad y juzgarse de su inferioridad.
Harold Bloom afirma que “Hamlet no hará nada prematuramente; algo en él está decidido a no ser sobredeterminado. Su libertad consiste en parte en no ser demasiado apresurado, no llegar demasiado temprano” (2001, 419). Esta visión daría una salida eficaz para tratar de explicar el segundo de los tantos tormentos que hostigaban a Hamlet, debido a que en él hay una constante deliberación en casi todos sus actos, da la impresión que nada de lo que él hace o dice procede de la coincidencia. ¿Podría ser Hamlet considerado como indeciso? Tal vez si o no, eso dependería de la escena ya que el Hamlet del primer acto no es el mismo que en el siguiente, su personalidad es incierta y oscura a lo largo del desarrollo de la obra. Pero aquí el tormento identificable es la premiosidad que posee Hamlet para dar conclusión a sus impulsos en especial el más importante, el deseo de su propia muerte. “¿Quién querría cargar con fardos, rezongar y sudar en una vida fatigosa, sino es porque algo teme tras la muerte?” (2015, 131).
Considerar este temor de Hamlet para acabar con su vida resulta interesante ya que él le teme a lo que hay después de acabar con su propia vida. ¿Deambularía como su padre en la figura de un fantasma? El temor visto de esta forma está vinculado con la idea del propio cuerpo, del suicidio.
Esa región no descubierta,
de cuyos limites ningún viajero retorna nunca,
desconcierta nuestro albedrío,
y nos inclina a soportar los males que tenemos
antes que abalanzarnos a otros que no sabemos (2015, 131)
El desconocimiento de lo que vendría después de dar muerte a su propia vida es lo que en cierta medida limita a Hamlet a dar libertad a todos sus sentimientos, sus impulsos. Es posible que Hamlet estuviese consciente del frenesí de sus deseos, tanto como para reprimir aquellos que atentaran contra lo conocido y le hiciesen enfrentar a lo oculto o irreconocible. Por otro lado, la razón por la que Hamlet no le temía a matar —en el caso de la muerte de Polonio o Laertes— o a herir al otro —como a su madre o a Ofelia— precisamente se basa en que él tiene la evidencia que representa la muerte y la figura de Claudio, un traidor que se consiguió sus infames intereses por cualquier medio y en casi toda la obra estuvo impune por su delito.
Las normas de pensamiento y de acción de Hamlet definitivamente tienen una particularidad individualista y subjetiva, su carácter tardío y parsimonioso permite infinitas interpretaciones de su personaje. Lo que advierte la obra al lector acerca de Hamlet es que a pesar de su naturaleza humana con defectos e inseguridades es que no es posible alejarse de las páginas sin extrañar a Hamlet. El personaje es tan profundo e impenetrable que Shakespeare logra en el lector más que una admiración un tipo de desconcierto, porque ciertamente Hamlet no es la víctima, de hecho puede ser un victimario, pero tampoco es el héroe o el enamorado romántico, sin embargo es sensible con las letras y el teatro. Hamlet mismo lo admite “Tengo que ser cruel, solo para ser bueno” (2015, 189).
El momento más implacable de Hamlet no es precisamente cuando cobra al fin la venganza de su padre y da muerte a Claudio, sino cuando reta la voluntad de su padre y aun prevenido, es capaz de incitar todos sus pensamientos y volcarlos a su madre. La culpabilidad y la irritación que le provocaba Gertrudis a Hamlet es el tercer tormento identificable. Hamlet se prepara emocionalmente para enfrentar a su madre cada vez que tiene un encuentro con ella. Él mismo intenta controlarse de manera fallida “Corazón mío, no flaquees, no dejes que entre nunca el alma de Nerón en este pecho firma; pueda yo ser cruel más no antinatural… Que mi lengua y mi alma sean en esto hipócritas” (2015, 167). Aunque es posible identificar la actitud de Hamlet frente a su madre como de odio o incluso repulsión, el propósito no está en sesgar una relación tan compleja como la que es una madre viuda y un hijo sin padre. Es más el personaje de Hamlet se siente personalmente lastimado por los actos de su madre, siente que él no es lo suficiente como para honrar la figura de su padre y le enfurece que su madre tampoco hubiese sido capaz de hacerlo.
Las respuestas de Gertrudis a las palabras de su hijo son melancólicas “Oh Hamlet, me has partido en dos el corazón”(2015, 189), “No me digas más, esas palabras entran en mis oídos como dagas, basta ya dulce Hamlet” (2015, 183). Gertrudis y su papel de madre se ve totalmente contaminado con la ingenua figura femenina, la desconocida traición y la incomprensión de su parte hacia la reacción de Hamlet, su único hijo. Juzgar a Gertrudis no es difícil pero ni siquiera el espectro del Rey Hamlet lo hace, él mismo advierte que su madre no es menos responsable de su muerte que otro que ignore el crimen de su hermano Claudio, sin embargo el juicio moral que hace Hamlet a las acciones de su madre conserva una gran parte de sus tormentos.
La indignación de Hamlet frente a la figura de Claudio, no solo involucra el asesinato de su padre, sino también el intento de acabar con su propia vida y el hecho de que este haya prostituido la figura de su madre. En este punto, cuando Hamlet le cuenta a Horacio todo el plan que el rey Claudio había planeado desde su partida, él mantiene la figura de su tío como un vil malhechor sin perdón, el cual no merece la muerte sino la peor de las muertes. Este recordatorio de Hamlet se expresa tan rudamente debido a que al final de la obra convergen los ápices más altos de venganza —Fortinbras, Laertes y Hamlet—.
Hamlet recuerda que él está consciente de su identidad, de su cordura y de su mayor enigma, cuando su discurso se identifica con lo que el lector sabía desde el principio pero que era necesario que el protagonista o confirmara para creerlo:
Aunque yo, señor mío,
no soy impetuoso ni violento,
hay sin embargo en mí algo que es peligroso,
que a tu prudencia más le valdría temer (2015, 265)
Para concluir finalmente podría afirmar que intentar listar los tormentos de Hamlet y darles una explicación objetiva sería bastante infructuoso ya que toda lectura de Hamlet e incluso de Shakespeare no puede ser analizada con objetividad porque precisamente para interpretarla primero debió haber sido leída la obra y en cada lector hay una visión distinta en cada línea, cada página. Impregnar de compasión, gusto y mérito una interpretación de Hamlet es inevitable. La naturaleza de una composición como Hamlet no permite alejarse de ella porque las acciones de los personajes pone a juego los valores morales del lector, le permite reflejar su propia naturaleza en la de Hamlet. Es por esto que aunque leer las emociones propias es tan problemático, estás logran cobrar vida cuando se ven reflejadas en un libro, en un personaje, en las emociones del otro.
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