La Divina Comedia, un tejido singular
- Esteban Mira Jaramillo
- 4 nov 2015
- 6 Min. de lectura
Hablar de la Divina Comedia en cuanto obra literaria resulta complejo, pues se trata de un libro que con mucho sobrepasa cualquier posible categorización. Solo responder la pregunta inicial, el “¿qué es?”, implica en sí mismo un reto, porque si nos aventuramos con lo obvio, declarando que se trata de una novela contada en verso, estaríamos desconociendo su verdadera amplitud, así como el gran esfuerzo creador de su autor.
La Divina Comedia vendría siendo algo así como la obra abarcadora por excelencia, y Dante Alighieri, el vivo ejemplo del autor ambicioso capaz de crear algo nuevo y nunca antes visto hasta entonces. Cierto es que no será equívoco afirmar que es la narración de una historia, la del grandilocuente sueño espiritual de Dante, pero falso sería pretender que es eso y nada más.
En parte, es un amplio compendio de mitología griega e historia de la Roma antigua, y en parte es un vasto almanaque que recoge numerosa información sobre los personajes, los sucesos y las coyunturas más importantes de la vida política italiana y europea del siglo XIII. De igual forma, es una fundamentación arquetípica y totalizadora del mundo espiritual cristiano, donde se describen las características físicas y el funcionamiento de aquel ‘universo’, pero a la vez, también es un manual de ética, donde se explican los principios para alcanzar una vida virtuosa desde una amalgama de conceptos griegos, latinos y cristianos.
Pero la obra es todavía más: una diatriba contra el Islam y la disidencia interna de la cristiandad frente al poder de la Iglesia romana, una enciclopedia rica en datos geográficos y en explicaciones sobre astrología, astronomía y meteorología; un discurso panegírico dirigido a algunos de los más destacados poetas de Occidente y hasta un retrato autobiográfico de la vida y el pensamiento del autor.
Con todo, lo más sorprendente de tan multifacética obra, es que el lector va descubriendo las distintas dimensiones de esta de una manera tal, que se le presentan entremezcladas y a la vez, pues tal capacidad de hilar tuvo la mente creadora. Así que tras algún episodio mitológico, como aquel en que se relata la forma en que Júpiter fulminó con el rayo a un soberbio rey tebano, es posible que el narrador comience a referirse a hechos de la actualidad política (del autor), como las guerras intestinas entre las ciudades-estado italianas y la renuencia del emperador romano-germánico de turno para instituir el orden imperial sobre sus dominios latinos. Luego, mientras que se describe alguna particularidad del mundo espiritual dantesco, como es el caso del proceso mediante el que las almas deben purificarse al escalar la montaña de un Purgatorio terrenal, suele ocurrir que le siga alguna reflexión ética, ya sea hablando del papel de la prudencia como virtud cardinal del hombre, o hasta una crítica moral, como aquella dirigida a las mujeres florentinas por la practicada moda de enseñar el busto más de lo adecuado a través de excesivos escotes en sus atuendos.
Y sucesivamente se van manifestando las distintas caras de la obra. En numerosas ocasiones se encontrará el lector con el reiterativo ataque que lleva a cabo Dante en contra de los grupos separatistas de la Iglesia, a quienes, tachándoles de herejes, les condena a padecer una eternidad dentro de uno de los círculos del Infierno; y cómo no, contra el Islam, enviando a su gran profeta Mahoma todavía más abajo en el pozo de las penas y dando a entender que es uno más entre los grandes promotores de discordia y violencia que han existido a lo largo de la historia humana.
Así mismo, la obra está repleta de constantes explicaciones sobre la naturaleza de los cuerpos celestes, particularmente en lo referente al transcurso del tiempo y su correspondencia con la cartografía de las estrellas. De hecho, Dante llega a teorizar acerca de fenómenos biológicos como la procreación del individuo y la importancia de la simiente paterna en la posterior formación de la mente y el espíritu humano. Sin olvidar que, otra constante dentro de la obra, son los muy regulares comentarios en clave que el autor hace sobre su propia vida, especialmente en lo referente a su rencorosa animadversión hacia Florencia, su ciudad, a raíz del destierro, injusto según él, al que fue sometido.
Ahora bien, en cuanto a su estilo y estructura, la Divina Comedia es una obra que demuestra una unidad fuertemente cohesionada y un diseño cuidadosamente concebido más allá de toda duda. Basta con ver su organización de tres libros divididos en treinta y tres cantos cada uno (con un canto más en el Infierno, que sería el canto introductorio), que a su vez están compuestos por unos ciento cuarenta versos en promedio, y que demuestran un trabajo de un rigor poético claro y que cuenta con la gran virtud de poseer carencias o desperdicios narrativos.
Es de ver, además, el fuerte papel que cumple el símil como uno de los recursos narrativos centrales dentro de una obra que claramente se nutre de sus precursores en la épica. En este respecto, se puede afirmar que Dante mantiene un estilo homérico, donde el símil es empleado extensivamente para enriquecer la narración, dotando de mayor dramatismo a diversos episodios de la trama, dando a entender con mayores luces las impresiones de un narrador-personaje que va descubriendo con sus propios sentidos un mundo desconocido y creando imágenes en la mente del lector capaces de describirle con precisión hasta los detalles más recónditos de un universo diametralmente distinto al de la realidad empírica.
Así, a lo largo de la obra es posible encontrar símiles de la más diversa factura. Algunos, tan generales y atemporales como aquellos que hablan de caminantes extraviados encontrando de nuevo la ruta perdida, de niños pequeños corriendo asustados a los brazos de sus madres, de enjambres de hormigas dedicadas por millares a una misma labor o de bandadas de aves que alzan el vuelo al unísono tras sentir la cercanía de algún predador. Otros, tan particulares y propios de la época como aquel que compara un gran bosque de árboles marchitos con las incontables arboladuras de las naves ancladas en el puerto de Venecia, u otro que asimila la dificultad de dar en blanco con una ballesta que se rompe tras haber sido tensionada más de la cuenta con la imposibilidad para hilar palabras cuando los sentidos se encuentran desbordados por una terrible exaltación.
Sin embargo, Dante también muestra un estilo bastante propio, sobre todo en su tendencia a mencionar constantemente referencias, algunas tácitas y otras latentes, pero especialmente, a crear simbologías cuyo entendimiento suele quedar en completo poder de la interpretación del lector.
Ya nos comienza hablando de lobas hambrientas, leopardos acechantes y leones rugientes como manifiestos símbolos de la avaricia, la lujuria y el orgullo, pero a medida que la obra avanza sus simbologías se van haciendo más complejas. Durante el final de su recorrido por el Purgatorio nos habla de veinticuatro ancianos coronados de libros, como los veinticuatro libros del Antiguo Testamento; de cuatro animales coronados con follaje verde y provistos cada uno con seis alas repletas de ojos, en referencia a los cuatro Evangelios; de un grifo majestuoso arrastrando un carro de dos ruedas tan bello como nunca se había visto ni en la Roma imperial, quizá simbolizando a la doble persona de Jesucristo y a su Iglesia; etc.
Lo cierto, es que la Divina Comedia es una obra realmente compleja en los elementos que la conforman y en la manera en la que se entrelazan mutuamente. Y precisamente por ello es que evidencia con tanta contundencia la genialidad de su autor, ya que su riqueza es tal, que logra sobrepasar con facilidad cualquier clasificación que se le imponga y, a pesar de parecerse a muchas cosas, es una obra a la que nada más se parece.
Aunque a lo mejor, y si se lo piensa con cuidado, quizá la obra sea de una naturaleza mucho más simple de lo que parece. Bien puede que sea solo un compendio de todas las historias, relatos, anécdotas, fábulas, rumores, canciones, habladurías y supersticiones que Dante Alighieri vivió, escuchó, leyó e inventó a través su vida, bien podría ser eso, una gran compilación de historias entretejidas con el hilo de la muy particular forma de ver y entender el mundo que poseía aquel hombre. Sí, quizás sea solo eso, pero eso solo, ya de por sí, sería bastante.
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